Coronavirus: ¿es hora de embriagarse?

Reflexiones de un millennial sobre la pandemia global que nos tiene en vilo.

Agustín Martinez Suñé
6 min readMar 26, 2020

¿Qué carajo está pasando? Necesito escribir porque no puedo salirme del asombro. En el lapso de un par de semanas pasamos de preocuparnos por nuestros problemas cotidianos, nuestros trabajos, qué vamos a hacer para cenar, cómo vamos a pagar las cuentas, a presenciar la escalada de una pandemia global que se enfila muy probablemente hacia una crisis planetaria sin precedentes.

Mapa del brote de COVID-19 (https://commons.wikimedia.org/wiki/File:COVID-19_Outbreak_World_Map.svg)

No siento que sea experto en nada, y particularmente no soy experto en virología ni epidemiología. Estas lineas sólo vienen descargar esta ansiedad que no se quita, pasando en limpio la maraña de ideas que batallan en mi cabeza.

Un evento que va a marcar mi generación

Para alguien de mi edad, esta es prácticamente la primera amenaza global inmediata que vivo y sufro con plena conciencia. Las anteriores pandemias que viví (SARS, H1N1, etc) definitivamente no tuvieron esta escala de emergencia. El atentando a las Torres Gemelas fue un antes y un después, pero era muy chico como para entenderlo completamente y, seamos sinceros, no calificaba de riesgo global que ponga en vilo a la especie. Aunque para ser justos, sí podríamos poner a la crisis financiera de 2008 como un primer antecedente; un evento que definitivamente marcó mi generación y tuvo consecuencias globales desastrosas. Pero hay algo en lo terrenal y la rapidez de una cadena de ARN replicándose por todo el mundo que lo hace difícil de comparar con otro evento que haya vivido en el pasado.

Hay algo en lo terrenal y la rapidez de una cadena de ARN replicándose por todo el mundo que lo hace difícil de comparar con otro evento que haya vivido en el pasado.

Nacimos en un mundo con un orden relativamente establecido, no vivimos el horror de ninguna guerra mundial ni tampoco sentimos en carne propia la escalada de una contienda nuclear que podría haber acabado con la humanidad como la conocemos. Tampoco vivimos ninguna de las sangrientas dictaduras que se desarrollaron a lo largo y ancho de América Latina. No hay dudas de que hemos presenciado importantes cambios durante las últimas décadas, pero nunca vivimos de primera mano lo que se denomina un riesgo existencial. Si jugamos un poco a simplificar cohortes generacionales, podríamos decir que para quienes somos millennials o centennials la pandemia de COVID-19 será uno de los grandes eventos que marque nuestra generación.

La paradoja de la distancia

A lo largo de las últimas décadas nos dedicamos a construir un mundo en el que las distancias son cada vez más cortas. Para quienes tenemos la posibilidad, viajar a prácticamente cualquier punto del planeta nunca fue tan rápido y sencillo. La infraestructura de transporte global sobre la que se monta el intercambio de bienes entre cualquier par de países le da sustento a la economía globalizada en la que vivimos. Y obviamente, esto hace que nuestro paso por el mundo sea mucho más "cómodo". Hace posible que puedas estar leyendo esta nota en tu casa desde un celular o una computadora con componentes fabricados en China o Corea del Sur.

Es esta dinámica de transporte global y de distancias cada vez más cortas lo que permitió, entre otros factores, que el nuevo coronavirus se despliegue rápidamente alrededor del mundo. Como consecuencia de esto nos vemos obligados durante estos días a tomar una dirección opuesta, a distanciarnos y a #QuedarnosEnCasa, a vivir en aislamiento social en medio de un mundo globalizado. Qué tiempos extraños.

Nos vemos obligados a tomar una dirección opuesta, a distanciarnos y quedarnos en casa, a vivir en aislamiento social en medio de un mundo globalizado. Qué tiempos extraños.

En mi caso, la pandemia me encuentra trabajando temporalmente en Tokyo, Japón. Y lo difícil no es sólo la distancia sino que los horarios están patas para arriba. Mi familia y mis seres queridos están transitando una estricta cuarentena en Argentina, y ni siquiera puedo compartir con ellos el mismo horario de desayuno.

Ya son varias las historias de aquellos que están haciendo duelo a la distancia, sin haberle dado ese último abrazo antes de que se lleven al hospital a esa madre, a ese abuelo. Incluso, tal vez, la distancia no es tan larga. Pero el aislamiento es grande y la cuarentena es dura. A pesar de nuestra globalización y nuestra idea de progreso, lamentablemente, un pequeño virus nos obliga incluso a cambiar los rituales con los que enfrentamos a la muerte.

El coronavirus como catalizador exponencial

Si algo aprendimos durante estas semanas de locura e incertidumbre es que nuestro mayor problema no es el coronavirus en sí, sino la forma en que la pandemia se relaciona con otros problemas que ya teníamos y con distintos modos de habitar el mundo que ya habíamos establecido.

  • La conectividad aérea global que abre paso a la diseminación planetaria del virus.
  • Los mercados de valores de la economía financiarizada se desploman inaugurando los impactos que ya no serán sólo sanitarios sino económicos.
  • La distribución desigual de la riqueza que lleva a la concentración de las personas de menos recursos en condiciones de vida deplorables como caldo de cultivo para un rápida transmisión de la pandemia.
  • La cada vez más compleja relación que tenemos con la información, la dificultad de identificar fuentes confiables, la diseminación masiva de las fake news y los datos no corroborados, la espectacularización del periodismo, como ingredientes clave en un cóctel explosivo que genera desinformación, miedo y falta de entendimiento del problema por parte de la población.
  • Un escenario geopolítico que se basa en la competencia y no en la solidaridad entorpece los tan necesarios esfuerzos de cooperación global y, en algunos casos, hasta alienta el sálvese quién pueda.
  • La explotación irresponsable de los recursos naturales y, en particular, de animales salvajes como bien de consumo estableciendo las condiciones que probablemente permitieron que el virus SARS-CoV-2 haya podido llegar hacia la especie humana.

Los problemas que tenemos como humanidad no pueden solucionarse de manera aislada ya que están interrelacionados de manera compleja. Es necesario encararlos desde un enfoque sistémico.

Como ya escribieron en The Predicament of Mankind, reporte inaugural del Club de Roma en 1970: cada uno de los problemas que tenemos como humanidad no puede simplemente solucionarse de manera aislada ya que está interrelacionado con el resto de manera compleja formando un meta-problema, la problemática. Por lo tanto, es necesario encarar los problemas desde un enfoque sistémico. Tal vez esta pandemia nos de una oportunidad interesante al poner de manifiesto esta realidad.

Es desde arriba, pero fundamentalmente es desde abajo

Hace tiempo que estoy involucrado en distintas iniciativas para intentar hacer de nuestro entorno y nuestra sociedad un mejor lugar. Como estudiante, como docente, como joven investigador. A veces se trataba de una injusticia por la que había que reclamar al Gobierno que el Estado garantice ciertos derechos que estaban siendo vulnerados. Otras veces se trataba de poner de pie, colectivamente y desde abajo, una iniciativa que mejoraría nuestro lugar de estudio o nuestro lugar de trabajo. Y muchas otras veces se trataba de una sinergia entre ambos enfoques.

La crisis causada por la pandemia del coronavirus nos pone a prueba en ambos sentidos. Por un lado, es indudable que la presencia del Estado y el trabajo que día a día está haciendo el equipo de personas a cargo de las decisiones en políticas públicas tendrá un impacto fundamental en cómo vamos a salir de esta crisis y en qué tipo de sociedad vamos a ser cuando nos reencontremos a la salida. Sin embargo, por otro lado, la naturaleza de cómo se disemina el virus deposita gran parte del poder y la responsabilidad en las manos de cada uno y de cada una. Esta pandemia es el mejor ejemplo de que las acciones que realicemos nosotros, cada uno, desde abajo, pueden cambiar el curso de la historia. Es claro que necesitamos políticas públicas adecuadas para enfrentar la pandemia, pero si cada uno de nosotros no somos responsables y no nos quedamos en nuestras casas, esas políticas estarán condenadas al fracaso. Es hora de entendernos a nosotros mismos como una pequeña parte de un colectivo más grande, y que ese colectivo necesita de nuestro aporte para salir de esta crisis.

Y tal vez también, en el camino, aprendamos algunas lecciones. Ojalá que así sea.

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Agustín Martinez Suñé

En la búsqueda de entender por completo cómo funciona el mundo. Spoiler: no me sale. Also, haciendo un Doctorado en Computación.